Llegué a ver a Mutsumi-chan con una dormilona roja, la arranqué de un camellón. Toqué el timbre y, al abrirse la puerta, cual si fuese una cámara de descompresión, se escuchó el siseo del humo de cigarro escapando hacia el exterior, y los arañazos y ladridos de Colilla en la puerta de madera, intentando devorarme.
También prendí un cigarro. Mientras lo fumaba, echaba la ceniza en los resquicios del cenicero, rebosante de colillas. Me recibió Macabra con una cara que le arrastraba hasta el piso, estaba de malas, como todos los días. Dentro de la casa estaba Morgan, hablando con uno de sus amigos por teléfono, estaba todo vestido de licra porque acababa de pedalear en la bicicleta fija.
Preséntame algún amigo —dijo después de colgar—, estás en prepa de paga y algo bueno debe haber para mí; bueno, nos vemos, ya empezó 100 mexicanos dijeron.
Esperé. Reflexionaba que yo no iba en una preparatoria de paga cuando Mutsumi-chan llegó con un ladrillo de fotografías. Los primeros días pasábamos el rato viendo sus imágenes de rata, y escuchando las voces del poltegeist de la casa.
Los miembros de la familia tenían una relación muy tensa, ellos culpaban de todo a un portal dimensional entre el cuarto de Macabra y el de los padres… también culpaban al niño muerto, y a la niña que arrullaba, y al duende del jardín y a algunos de los fantasmas que iban de visita. Era común que al llevar una flor, como la dormilona roja, se marchitara en cosa de horas.
Las voces humanas eran otra cosa:
«Huele a orines, perras, ¿cuál de ustedes fue?»
La residencia era un zoológico. En el piso siempre había manchas de orina, caca o endometrio, de perra o de gata.
Con el paso de las semanas me habían aceptado gradualmente. Algunas veces debía huir rápido, sobre todo los viernes sociales, cuando el señor Daft llegaba entonado, y yo debía sobrellevarlo hasta la madrugada, con la mirada de mi suegra congelándome de cuando en cuando detrás de la puerta, o con Mutsumi-chan pegada a mis costillas. Debía jugar No Te Enojes y dejarlo ganar para que no se enojara.
Lo más insoportable era cuando empezaba a hablar de mi familia. Decía que la dinámica con Otousan, Okaasan y el Sempai era disfuncional y le hacíamos daño a Kaede-chan.
Mira, tú ahorita eres concha, apenas vas empezando y vas a necesitar jalar a tu hermana cuando tus padres se divorcien.
Otousama y Okaasama son felices, señor, no serán muy buenos padres pero son excelentes esposos.
Es cuestión de tiempo, porque en tu familia no hay la educación que en ésta. Pero no me respondiste. Imagina que te dejan a tu hermana, ¿Kikuko?, ¿Cómo dices que se llama?
Kaede.
Ka-e-de. Qué nombrecito.
Significa Arce. Convencí a mis padres después de alegar que ellos me pusieron el nombre de un muerto.
¿Qué harías?
No sé, cargar con ella, supongo. No pienso mucho en eso.
Eso me decía; y a lo lejos se escuchaba:
«Pinche Magali, hija de la chingada, volviste a agarrar mi blusa de rayas».
«No es cierto, Bárbara; la agarró Morgan; no lo viste».
«Ash, o sea, no fui yo, ¿sí?, yo estoy haciendo tarea».
«Te voy a tirar tus cosas, Magali, quita tu pinche tiradero».
«Si me tiras algo te mueres».
«¿Quién cagó en el baño y no le echó una cubeta?, ven que no hay agua y están de puercas, ¿fuiste tú, Morgan?»
«Que no».
«Entonces fuiste tú, Magali, metiste a ese escuincle y dejó su mierda embarrada».
El señor Daft ignoraba aquel background, igual que todas las cosas que uno simplemente no escucha cuando se encuentra en un placentero estado de embriaguez.
Daft y Punk eran mis suegros, bueno, en cierto modo aún lo son. Incluso antes del sarcoma (el único motivo por el cual, unos años después, Mutsumi-chan y yo volvimos a Agnosia una temporada, aunque a escondidas, fue el funeral), el señor Daft era flaco y, en aquella época, con o sin yernos merodeando, él y la señora Punk se encerraban en su cuarto a las ocho de la noche.
Él había tenido una juventud accidentada; en el Norte se rumoraba que tenía dos o tres hijos regados. Casarse con la señora Punk y mudarse a Agnosia lo habían calmado bastante; hasta el acento había perdido.
Yo soy del Norte, y allá sí tenemos valores —me decía—, allá la gente no es como ustedes, chilangos.
Chilangos son los que viven en el Chilango, señor.
Es lo mismo: agnosios, pipopes, jarochos, si eres del Centro, eres chilango.
Cuando reiniciaban los gritos al otro lado de la puerta yo sonreía con la mitad de la boca y el señor Daft retomaba:
A ver, Hugo, ¿Cómo te ves de aquí a cinco años?
No sé. Haciendo investigaciones en genética cognitiva o neurofisiología, señor, un doctorado en historia del arte comparada, no pienso mucho en eso.
No, cuál doctorado, todavía estás pichón y a ti te toca, a chaleco, cargar con tu hermana, porque tus padres se van a divorciar… yo eduqué a mi hija para que pida lo mejor… a mi pequeña no le pones los cuernos o te mato, te lo canto de una vez.
Señor, sí, señor.
Ya les tocará a ustedes darles a sus hijos, no puedes estar de golfo, ¿Me regalas un cigarro?
Justo le iba a pedir uno, señor.
Los robados saben más rico; no se te olvide, estás en campaña. Gánate mi aprecio. Vieja, tráete el Jack Daniel’s.
La señora Punk trajo dos vasos old fashion, sin hielo. «Ándale, para que chupes como hombre». Como él puso el chomua, no tuve más opción que sacar los Lucky Strike y ofrecerle uno.
«Cigarros de señorita», dijo, «Aída, tráete los Delicados». Hicimos una tregua mientras dábamos los primeros sorbos.
A ti te va tocar mantener a Magali —dijo más calmado—, ella no está para estudiar, su madre le cosió esa idea desde chica: “Tú te vas a casar con un rico”. Y ahí tienes: no le gusta la escuela; vas a ver; ni a la universidad llega.
Mutsumi-chan ya está en la universidad, señor; sus hijos son genios, al menos Morgan y Mutsumi-chan; a usted le consta.
A Magali no le gusta, va a pasar el rato, para ella son como clases de macramé.
Ya no estamos en la Revolución, señor. Además Mutsumi-chan me contó: su esposa lo mantuvo mientras usted estuvo desempleado.
Eso es otra cosa. Si algo así ocurriera en tu casa te aseguro que tus papás se divorcian…
Sesiones como aquella ocurrieron todos los viernes.
El problema no era el señor Daft; en realidad él era un hombre agradable. Hablar de los hermanos ya era otra cosa:
Por ejemplo, cuando Mutsumi-chan tenía una idea, Morgan veía burro y quería viaje. Cuando lo conocí era un soltero feliz; apenas Mutsumi-chan empezó a salir conmigo, le se le ocurrió que debía conseguir pareja.
Lo invité a salir con unos compas de Fili: Basil, un inglés microempresario, tenía una empresa que testeaba videojuegos; Rain, amigo de Vórtex, había trabajado en una casa de la risa en Canadá; y Golmo, en aquellos días ya escalaba la sinuosa jerarquía de los grupos parroquiales.
El problema era que Morgan siempre apantallaba a todo mundo con su currículum, estudiaba su segunda carrera, hacía su maestría en el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales, tenía coche propio y, a sus 21 años, ya tramitaba su casita en el infonavil.
Luego de varios fracasos, el único que ganó su atención fue Focko, cuando le contó su odisea por Latinoamérica. Ambos quedaron prendados y Mutsumi-chan y yo tuvimos que juntarnos con ellos para guardar apariencias.
Lo más aburrido era verlos acaramelados. Un día nos fuimos a escalar y luego de tres horas ya estaban mordiendo las vestiduras de la Changa, la Caribe 81 de Morgan. Ese día, Mutsumi-chan y yo preferimos ir a brincar encima de una peña, bosque adentro, luego de un gigantesco porro, cualquier cosa para no escuchar los cariños que se hacían.
Luego estaba Macabra. Un mes después fue el cumpleaños del doctor Punk y Focko tuvo la puntada de invitar a la rondalla de Crog. Macabra se encaprichó de él. Durante la tarde bohemia sólo ella lo atendió. Una de las veces, cuando fui a la cocina a robar una cuba de Chivas Regall, vi cómo se limaba las uñas en la cuba de Crog.
Después de encamarlo le encandiló a Alquimia. Con el dinero que Crog sacaba de las serenatas pagaba sus salidas. Y cuando mis suegros le decían que no podía salir, se llevaba a Alquimia con ella.
A veces, cogían enfrente de Alquimia. Todos nos enterábamos porque después la criatura se mecía como autista hasta tres días seguidos. Cuando el dinero ya no les alcanzó, Macabra empezó a vender productos de Jafra y Betterware. Se acostumbraron a vivir así, manteniéndose el uno al otro.
Macabra juró que Alquimia era de su exnovio y, cuando nació, el examen de adn dio positivo. El tipo desapareció un par de meses después, cuando Daft-sama lo amenazó. A veces la visitaba para remar. Todos lo sabíamos, excepto Crog y el señor Daft. A la señora Punk le daba igual.
«Es el padre biológico», decía, «cómo le vamos a negar que vea a la niña».
Macabra era la mayor de los tres. Su hija nació de puro milagro. Incluso una semana antes de parir, Macabra estuvo aspirando speed en una fiesta. Mutsumi-chan contaba que el parto se prolongó cuarenta y ocho horas y al final le practicaron una cesárea. La criatura no quiso probar ni los calostros, el speed les da mal sabor, y Macabra tuvo que consolarse amamantando un tiraleche.
Todas aquellas rutinas, obligadas a existir en el mismo espacio, se fosilizaron en cuestión de semanas.
A excepción de Mutsumi-chan, nunca salió nada bueno de esa familia. A menudo le decía, y aún le digo: «Este mundo, yo incluido, no te merece». Es la pura verdad.

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