El Sempai vagaba de un lado a otro en un lugar parecido a una iglesia, buscaba y al mismo tiempo se escondía. Cuando la luz lo alcanzó, desapareció.
Yo mismo estuve unos minutos en el mundo de los muertos. Tenía una bala en la cabeza y trataba de prolongar mis horas. Permanecí allí hasta ver a alguien conocido.
Antes de eso caminé, y seguí caminando. Con el paso de las horas sentí cómo perdía la movilidad muscular. En algún momento me encontré con mi propio rostro; me veía sin verme, deformado en el espejo. Aquella era su verdadera forma.
El tipo que me disparó era un sicario, o un capo, algo así. Me disparó por un motivo estúpido el cual ya no recuerdo.
Al principio no hallaba a Mutsumi-chan, ni a Okaasan. Al final sí encontré a Mutsumi-chan: ella parecía más un símbolo que un refugio. Antes de verla me acompañaban algunos familiares también.
Mi familia se enteró y preparó una cena discreta para despedirme.
Cuando me senté vi, al otro lado de la mesa, a alguien conocido. Seguramente se trataba de mi abuela pues recuerdo haber visto su rostro.
Supe que empezaría en ese momento, me preparé para la partida.
Desperté a medio día. Había sido un mal sueño.
Kaede-chan estaba a mi lado, muerta de risa viendo Happy Tree Friends. Jack se había ido. Encendí el televicio y puse el canal 26 mientras la esperaba.
Imaginé que la caja idiota hablaría de mí. Aunque no lo relacionarían aún con el asalto a la joyería, la instantánea de un galanazo de onda aparecería en pantalla: «Este hijo de puta fue», dirían. Y la imagen de Otousan y Okaasan, como si desearan que sus miradas me alcanzaran hasta este lado de la pantalla, sería insoportable: «No entiendo por qué Orlandito hizo algo así, y por qué llevarse a la pequeña».
El ruido de la puerta me hizo saltar; era Jack.
—No mames, te fueron a buscar a la ulcera, no puedes ir allá… hey.
En ese momento Morgan estaba en la pantalla.
—Estoy en la tele.
—Ése es tu cuñado.
—Shhh.
Morgan declaraba:
«No, señores, el negocio está a mi nombre, aquí no trabaja ningún Francisco Fonseca.»
Luego apareció Crog. Lo tenían en el tutelar para menores. Él era el más joven de los tres. Lo habían agarrado en su casa, antes de largarse. Por lo visto lo harían confesar. Macabra estaba detrás y sus ojos eran dos agujeros. Un pie de imagen decía que lo internarían en la casa de la risa para “estudiar su caso” después del interrogatorio. Alcancé a escuchar mi nombre antes de la siguiente nota.
Me quedé callado pensando si mis decisiones habían sido las mejores, si no debí ser yo quien estuviera ahí, con los loqueros preguntándome estupideces.
Otousan y Okaasan nunca aparecieron en la pantalla; sólo una imagen de mi casa vacía. Focko tampoco apareció.
Por la tarde me despedí de Jack y regresé a Guerrero, al estacionamiento donde guardaban a la Changa.
Esperé a Mutsumi-chan. Llegó media hora tarde, poco antes de que me diera un colapso nervioso.
Me abrazó.
—Morgan está como loco. Les gritó a mis padres y se va de la casa. Y Bárbara lleva toda la noche con Luis, pidiendo prestado a medio mundo para un abogado.
Saludó al guardia y sacó la Caribe.
—La voy a calentar mientras llega mi hermano —le dijo.
Nos subimos y esperamos unos minutos.
—Pensé que ya estabas lejos.
—No sin despedirme, Rocky.
Ella me abrazó más fuerte. Pude sentir cierto alivio en su cuerpo.
—Debo irme —le dije.
Se quedó callada sin mirarme.
—Pues vámonos —y arrancó hacia el sur de la ciudad.
Masticaba mis dudas en silencio cuando pasamos por el Tecnológico Regional. Fue cuando reconocí la espalda del Sempai en el parabús. Miraba un tlacuache muerto, le tomaba fotos con su teléfono.
Mutsumi-chan tocó el claxon. Él volteó, extrañado. En su rostro no sólo había ojeras, como si no hubiera dormido en días, había nuevos años.
Lo invité a subir al vehículo.
—Oniichan.
—Hola —dijo, tratando de componer su rostro envejecido—, ¿Van al Museo de Ciencia y Tecnología?
—Un poco más lejos… Otousan y Okaasan estuvieron preguntando por el Sempai —mentí.
No respondió. Mantenía su vista fija en el tlacuache, como si aquel cuerpo marchito encerrara todos los secretos del mundo.
—¿Podemos? —pregunté a Mutsumi-chan.
Ella dijo: —Sí, pero tú maneja.
Nos cambiamos de lugar. Mutsumi-chan se pasó atrás. El Sempai subió al asiento del copiloto y yo conduje hacia la Laguna de Cianuro.
Era muy extraño volver ahí. Mi última visita fue cuando Focko y yo tuvimos la idea de empezar las instalaciones. Era 21 de marzo nuevamente, la diferencia era que este año aún no empezaba la Semana Santa.
Al llegar vi una pendiente nueva, únicamente yo sabía que lo era. Subimos por ella en el vehículo.
Ya arriba, no me sorprendió ver maquinaria de construcción. Una bomba drenaba lentamente el agua muerta y otra máquina pintaba con gruesas franjas de cal las divisiones de los lotes de la que sería una nueva unidad habitacional.
Avancé lentamente y estacioné el vehículo cerca de la vegetación; lejos de las grietas.
El Sempai y yo bajamos del vehículo, mientras Mutsumi-chan descansaba.
Él se quedó mirando un rato los bulldozers que echaban tierra en los camiones de volteo. Fue cuando lo soltó:
—Sebastián se suicidó en la mañana.
Sostenía a Kaede-chan en brazos cuando lo dijo. No quise preguntar nada. Sentí cierta extrañeza al evocar mi último recuerdo del profesor Sebastián, con su sombrero estilo Kafka, mientras mencionaba unos versos de Dámaso, aquella ocasión cuando me convenció de que el Sempai era un buen hermano: Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi neurofisiología. No lo imaginaba muerto. Los hilos que me ataban a mi tierra natal se habían roto despacio, apenas me daba cuenta de esa nueva soledad que ahora me acompañaba.
—¿Nos vamos? Seguro nos esperan.
—Debo irme.
Me miró con cierta decepción, no dijo nada.
—Despídeme de mis papás —le pedí.
—Como quieras.
Platicamos un rato más, el sol empezó a caer con prisa.
Escucharlo hablar, atento por primera vez a sus palabras llenas de una calidez inexplicable, me convencía de que a veces nos guiaban esporádicos impulsos de bondad, y había que hacerles caso. Y mientras lo pensaba pude ver la llanta-islote (la misma donde la última vez creí ver una rata) aún en su sitio; en ella estaban sentados el pequeño Sócrates y el pequeño Diógenes, muy campantes, conversando como dos viejos amigos. Pude escuchar hasta sus risas.
Subimos al vehículo y regresamos a Agnosia.
Dejamos al Sempai nuevamente en el parabús del Tecnológico.
Mutsumi-chan me ordenó dejarle algo de dinero.
Junto con los billetes entregué a Kaede-chan y le pedí que dijera a Otousan y Okaasan que después regresaba. No le expliqué más y él tampoco preguntó; pero adivinó en mis ojos que no volvería.
Yo no quería soltar a Kaede-chan y aquellos instantes en los cuales dudé me parecieron horas.
Cuando dije a Focko que se fuera de la ciudad omití lo más importante. Él pensó que todo había terminado cuando presionó el botón Betrayal. No se le dije: la página espejo seguía activa y, de hecho, se publicaría en la fecha prevista, con nuestros nombres escritos en la página de créditos. Apenas unas horas antes. Por eso le pedí que avisara a Crog y que él mismo se largara.
No me atreví a borrar el proyecto. Algunas personas merecían una explicación de aquello que torció sus vidas. Aunque fuera algo tan absurdo como el Proyecto Ikari.
No era el único motivo.
Mi vida se había derrumbado también. Ya sólo podía huir y lamentarme. Demoler mi propia vida y, una a una, sus oportunidades se había vuelto un hábito. Vivir así, creí, vendría a ser con el tiempo una especie de expiación.
¿En verdad sólo era eso, o subyacía un deseo, secreto también, de negarme a borrar aquel legado?
Mutsumi-chan sabía qué era, mejor que yo. Comprendía el sendero de mi vida en adelante, también mis deseos, hasta aquellos que a mí se me ocultaban. Quizá por eso, antes de subir a la Caribe la miré también y, aunque ella adivinó mi intención de partir solo, me miró como quien mira a una rata y subió al vehículo sin decir nada. Aquel silencio era desesperante.
Tras contemplar por última vez el atardecer de Agnosia subí también y encendí el vehículo. Agité mi mano.
Teníamos el sol detrás y la primavera al frente. Las siluetas se aproximaron al horizonte.
Cuando el Sempai y Kaede-chan no eran más que puntos a nuestras espaldas, lloré por primera vez en años.

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