Panda ya no estaba cuando llegamos. Kaede-chan dormía con la televisión encendida; en la pantalla se movían las chichis anónimas de Wild On.
Carolina sacó unas negras del refrigerador.
—Despéjate, Gato. Encomiéndate a San Judas y relájate, ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? —mientras reía, llevó a Kaede-chan a la cama.
Cuando volvió me pasó una negra. Di un trago largo. Ella destapó la suya y preguntó:
—¿Qué chingados ocurre?
Pasé cerca de una hora platicando del Proyecto Ikari. Su sonrisa se fue borrando poco a poco y desapareció cuando le conté mis días con Plug mientras trabajaba en Monument. Cuando nos terminamos la negras ella se fue a dormir.
Me quedé en el sillón, no pude dormir. Las luces de los automóviles entrando en los resquicios de la cortina me tenían nervioso. Me levanté y permanecí sentado, no pensaba en nada. Después de un rato Jack bajó.
—No puedo dormir —comenté.
—¿Te traigo una pastilla?
—Quiero ir al memorial.
Ella puso una cara de fastidio.
—Voy a ponerme un pants.
Acostamos a Kaede-chan en el asiento trasero, la cubrimos con un sarape y partimos.
Agnosia tiene dos panteones. Fuimos al de las afueras de la ciudad.
En el camino me entretuve mirando los letreros de neón de todos los congales.
Finalmente llegamos.
—Te espero aquí. Está cerrado —dijo ella.
Caminé entre la carretera y la barda mientras el automóvil se hacía diminuto. Escalé apoyado en los huecos del muro y salté al interior.
No me decidía hacía donde ir. Primero avancé como por instinto hacia la tumba de don Fénix. Conocía el camino de memoria, mi cuerpo lo había aprendido cuando enterramos a mi abuela; don Fénix estaba en el mismo sitio. Estuve ahí poco tiempo.
Después fui hacia la tumba de Orri, estaba a unos cincuenta metros en dirección hacia la oscuridad. Mis ojos tardaron todo el camino en acostumbrarse; tanteaba el camino, casi a ciegas. Había muchos caballones recientes, sin lápidas, con la tierra asentándose lentamente. Me sentí como en un videojuego de zombis.
Llegué, vi la tumba y me entró cierta nostalgia incomprensible, tal vez sólo era culpa disfrazada. Me senté en el piso frente a su lápida y permanecí ahí durante un rato. No sabía qué me había llevado mas debía estar allí.
Después de un rato, en mi mente comenzó a formarse, contra mi voluntad y con una reiteración espantosa, la imagen de Plug en su silla-cadalso y, tras esa imagen, sentí un viento extraño, un recuerdo del cual no podía escapar, ni pensar en otra cosa, por más que intentaba distraer a mi memoria. Tenía a las dos perras revueltas en mi cabeza.
Me levanté con curiosidad y busqué la fosa común, con el morbo por encontrar entre los huesos un cadáver conocido. De camino pensaba que alguna vez le dije a Plug que me robaría uno de sus huesos. Me sentí estúpido. Después de que la dejé no volvió a trabajar en el periódico, había desaparecido, y en mi interior la imaginaba sacrificando ratas en algún lugar para hacerme volver. Pensar eso, o pensar que encontraría su osamenta en la fosa, era soberbia de mi parte.
Cuando llegué a la zanja imaginé que saltaba, enterrándome algunas tibias, y que metía mis manos entre los cuerpos, y, mientras buscaba, una oscuridad casi líquida lo cubría todo, y que tanteaba los huesos y la carne y hasta reconocía algún indicio.
Pensé en Mutsumi-chan. Mientras estuve alejado ignoraba mi destino, mis esfuerzos no superaban ningún obstáculo. Y ahora, ante la fosa, con Mutsumi-chan latiendo en mi interior, me sentía como si hubiera matado un dragón y me hubiera bañado en su sangre. Por eso estaba ahí.
Gracias a esa certeza lo supe: Plug no estaba en la fosa, seguía viva. Lo supe y eso me bastó. Me rasqué la ingle y la odié más de lo que ya la odiaba.
Di media vuelta y regresé con Jack. Cuando entré al vehículo ella percibió el olor extraño. Me miró sin decir nada y regresamos a la ciudad.

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