Mutsumi-chan escribía una guía de suicidios. En uno de los apartados hasta venían tipologías psicológicas de acuerdo con el tipo de desayuno.
Desayuno juvenil: una Coca-Cola de 600 mililitros y 46 gramos de Sabritas.
Desayuno rockero: un cigarro con 0.9 miligramos de nicotina, 12 de alquitrán y 10 de monóxido de carbono, más ocho onzas de Nescafé.
Ayuno religioso: dos litros de agua y una cajetilla de cigarros, antes de las 17:00 horas.
Le pregunté:
—Si desayuno una Coca-Cola y tres Lucky Strikes, ¿en qué categoría entro?
—Para nosotros hay una especial.
Era el Desayuno suicida y sus ingredientes me resultaban hipnóticos: un mendrugo de pan seco y medio vaso de cerveza, de raíz, si era posible.
Según Mutsumi-chan, esta dieta fue desarrollada por un nutriólogo llamado Charles Dickens; decía que la combinación de levaduras desnutría lentamente, arrebataba del cuerpo todo atisbo de resistencia y predisponía la neurofisiología para una iluminación premortem.
—Esta dieta fue certificada por Van Gogh —me dijo al tercer día, cuando yo estaba a punto de desertar. Sus palabras fueron tan hermosas; ni siquiera le pedí la bibliografía.
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