Cuando Focko decía «vámonos de putas», nunca sabía exactamente a qué se refería y menos si entre el grupo se hallaba Baxter. Quiero decir: nunca se podía saber si iban por putas, o de putas. Aquella vez iban al Foxy Lady’s a tomar negras (cubeta: 70 bolas, ampolleta: 20 bolas).
Esa vez no nos acompañó Crog y estuvo bien así, porque cuando llegamos al pelódromo lo primero que vimos fue a Macabra lamiéndose con un vato al que no conocíamos. Cuando nos vio nos hizo un guiño, como si a cambio de nuestro silencio nos fuera a expedir un vale por una cogida, o mejor: como si no fuera a decirle a Mutsumi-chan y a Morgan que nos habíamos encontrado ahí. Por donde se viera era un favor mutuo. Unos minutos después se levantó; su acompañante pasó a la caja (liberación: 600 bolas), y desaparecieron del lugar.
En aquella época los congales me aburrían mucho (cover: 20 bolas; video con doble penetración a Rebeca Linares: priceless); aún así, Tongo, Fili, Focko y yo teníamos la urgente necesidad de ver y tocar chichis sin tener que trabajar mucho por ellas.
Focko estaba de dadivoso, acababa de consumar una estafa y se puso a invitarnos privados (tres canciones: 250 bolas). Tongo se dejó mimar, buscaba las chichis más grandes y las premiaba con un blue ribbon (Benito Juárez: 20 bolas). Fili metía billetes falsos en las tangas de unas gordas.
Cuando la noche estaba más aburrida, sentí una corriente de aire, sí, dentro del congal, y escuché los gritos de una voz familiar en el silencio fugaz entre dos canciones. Al voltear pude ver a Plug encabronadísima con dos tipos que estaban cayéndose de pedos; les decía que aquello era una pendejada, que cómo era posible que pagaran, que ella podía hacerlo mejor.
Y sí. Se subió en una mesa y comenzó a bailar. Dos minutos después se quitó la blusa y el pantalón y se quedó con la pura ropa interior, enseñando su piel apergaminada. Yo pensé que no me había visto, en realidad me estaba bailando a mí. Se movía, y en su sonrisa había una burla constante.
Hipnotizado como una rata ante una serpiente, me fui acercando a su mesa hasta que estuve debajo de ella. Le puse uno de los billetes falsos de Fili entre las chichis. Sus dos acompañantes se me iban a lanzar a golpes; ella los detuvo y me pidió otro (Juárez fake: cero bolas). Luego me invitó a sentarme. Cada vez que quería tocarla tenía que ponerle un billete. Un par de veces hasta se me cayeron por causa de aquella corriente de aire que soplaba quién sabe de dónde. Ella invitaba el pisto (trago para ellas: 55 bolas).
Aquella fue la primera noche que apagué el teléfono hasta el siguiente día.
Mutsumi-chan, como era de esperarse, lo supo todo desde el principio.
Resulta que desde la primera vez que estuve en el departamento de Plug para ver si era cierto todo lo que su apariencia prometía, ella decidió enviar al mail de Mutsumi-chan una foto en la que salíamos bastante acaramelados. No sé por qué lo hizo; para presumir, supongo.
Nunca quise averiguar si le envió todas las fotos, todas, hasta esas que, por venganza, mandé unos meses después a Tu Mejor Maestra junto con sus datos.
Sólo supe, luego de unos meses, que le estuvo enviando esos correos electrónicos en los que le restregaba en la cara que nos veíamos a escondidas. También le mandó algunos poemas puñeteros que escribí en ese tiempo. La muy zorra incluso se adjudicó uno que le había escrito a Mutsumi-chan y lo envió con un epígrafe muy pendejo, en la línea de «Mira lo que inspira una mujer de verdad».
Mutsumi-chan estaba, como siempre, al tanto de todos mis movimientos, incluso al releer aquel poema pensó que yo andaba con ánimo de reciclaje; eso no ayudó mucho. Ella supo todo el tiempo lo que yo hacía, y me lo estuvo guardando hasta que nos fuimos de Agnosia.
Yo creo que sabe más de lo que me reclamó. Yo creo que Plug, que odiaba a Mutsumi-chan, se odiaba más a sí misma, y a mí aún más por interesarme en ella, le hizo una crónica puntual de todos nuestros excesos y que el otro Neko, el que se había dormido desde que conoció a Mutsumi-chan, había despertado; y Mutsumi-chan pudo contemplarlo en todo su brillo: el de un vato hueco al que nada llenaba; el que vivía siempre escondiendo sus actos con otros y culpándose por ellos, negándoselos incluso a sí mismo; el que buscaba por todos los sitios lo que ya había encontrado.
Plug y yo, es cierto, estábamos obsesionados; toda esa atracción estaba basada en rumores. Ella, por ejemplo, se había tragado todas las historias que Fluff había dispersado acerca de mi “alto desempeño” hipodérmico. También creía que yo no sabía nada de sus hábitos.
La verdad es que yo fui un poco más idiota. Sabía que todo lo que su apariencia prometía era falso, y se lo creí cada una de las veces.