El último favor que me hizo Fluff fue convencer a sus amigas de la secundaria para participar en Skin, una fotogalería en Facebook que colgaríamos a la web de Ikari.
Cuando Mutsumi-chan vio las fotos de sus compañeras de clase se sintió algo molesta.
Te pasaste de madres —dijo.
En el fondo aquel disparate la divertía mucho, podía viborearlas a sus anchas.
El proyecto era sencillo, elegante: Skin tenía un perfil en Facebook que permitía que las amigas publicaran en el muro. Bastaba que las candidatas se suscribieran.
Todas esas chicas lanzaban sus fotos más sexys.
A primera vista parecía un sitio para pedófilos, ¿Quién a nuestra edad no lo era?
Mas ninguna de ellas estaba obligada. Eso era lo excitante: casi todas esas morras de diez a quince años que se fotografiaban en su cuarto con una webcam lo hacían voluntariamente.
Esas fotos en ropa interior, además, eran las mismas que publicaban en sus perfiles, así que técnicamente no había delito que perseguir. Doblemente horny.
Yo, como siempre, agradecí al pollo aquella coyuntura sociocultural (el pollo y sus hormonas tenían la culpa de la crisis de valores, de verdad, yo por eso lo comía dos veces por semana aunque me diera asco; desde aquella época, el pollo tenía más colesterol que la carne de cerdo, y eso ya es decir bastante).
El único premio para nuestras distinguidas participantes consistía en que la foto más acá se colocaba semanalmente como imagen de perfil.
Al cabo de unas semanas la cuenta fue denunciada y cancelada, pero guardamos una copia de Skin que subimos a la web de Ikari para que quien así lo deseara pudiera tejerse una chambrita de vez en cuando.


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