Nunca supe su verdadero nombre y, para serte franco, tampoco a ella la conocí, es decir, yo pensaba que había accedido a cierto lugar de su neurofisiología. La verdad es que eso nunca ocurrió. Ella simplemente mentía todo el tiempo, estaba habituada a hacerlo, así funcionaba su vida.
A esa conclusión he llegado después de mucho. En ese momento no lo veía así, claro. Fue Mutsumi-chan quien me ayudó a entenderlo. Estoy consciente de que lo hizo por rencor, por sus propios motivos, y en realidad he llegado a creerle.
Nunca supe su verdadero nombre. Le decían Plug. También era su curp o un anagrama, no sé. O quizá porque todos los que la conocían la enchufaron después de la tercera negra. No sé.
Uno de sus padres era gringo (no recuerdo si el vivo o el muerto, tampoco los conocí, a lo mejor ni tenía), no gringo gringo sino hijo de inmigrantes. Ella era chilanga, de alguna ciudad dormitorio adyacente, y pertenecía a esa categoría de personas que se creían la gran verga sólo porque estudiaban en la unam los fines de semana aunque vivieran en Agnosia (y que eran hinchas de los Gallos, excepto cuando jugaban contra los Pumas).
A ella la conocí una vez que acompañé a Fili o a Tongo a dejar unas fotos y su currículum al El Necronomista. No pudo ser Baxter porque de la amistad que tenía con ella me enteré después. La verdad es que ya no me acuerdo.
El caso es que mientras fue inmortal había sido slut y cotorreaba con la banda desde hacía algún tiempo (por algún motivo, yo la había “notado” apenas unas semanas antes).
No usaba otro tipo de lubricante social, ni ojorrojo, ni speed, ni gallo. Nada de eso. A ella sólo le gustaba el alcohol y la verga; y tenía una calibre .22 cargada que, decía, le daba la seguridad para usarla en el primer momento en que las cosas empezaran a salirle mal.
Recuerdo que esa vez nos gustamos y nos pusimos a platicar de alguna pendejada como pretexto, Monsiváis o Villoro, algo relacionado con crónicas.
Cuando Fili, o Tongo, o Baxter salió de la redacción yo me despedí y me fui muy apendejado, como sumido en una plácida inconsciencia, con su vocecita de zorra zumbándome en la cabeza y una instantánea de sus chichis entre las mejillas, que así, bajo la ropa, daban la impresión de prodigiosas, y ya en directo (acá entre nos) eran bastante lamentables.
Ella seguramente dijo: «Este imbécil tiene que ser mío», no lo afirmo, pero tampoco pudo ser de otra manera, porque fue a partir de ese momento cuando todo empezó a irse al carajo.
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