Apagué el televicio. Nuestro caso no apareció en el programa piloto. En su lugar transmitieron la otra historia: una señora que prostituía a sus hijas en casa.
Crog, Focko y toda la familia, excepto Mutsumi-chan, dejaron de hablarme, así que el día que se transmitió el primer programa me encontraba con Vacmo y Baxter filosofando con un poco de gallo. Creí que me reiría, la verdad es que estaba triste y no sabía por qué. Ellos y Jack intentaban animarme narrando anécdotas de borrachos.
—Pues yo conozco unos señores de la presidencia municipal de Eroticalco. Si tú los vieras, no darías un peso por ellos, losers —narraba Jack—; hay uno que llora alcohol, ya te había platicado: don Miguel.
—Mayéutico y sublime, ese pelotín es el dueño del bar San Miguel —dijo Vacmo.
—Ése mero, viejo naco, en lugar de decir beber o libar dice “tragar” como si el alcohol fuera carne y tiene una estatua de San Miguel en la cantina. Sus dos hijos mayores son triunfadores, el pequeño es dealer y surte el speed de todo el pueblo, el cabrón quiere ser artista y estudia en el Cea de Televisa.
—Ese cabrón consiguió a su esposa en un centro botanero.
—Sí, y la trata bien gacho; cada vez que la vieja se enoja, él le contesta: «Pinche vieja pendeja, no la hacías de pedo cuando era pobre, ora menos, que soy rico», y si le reclama de su conducta: «Vieja pendeja, a ver ponte tú a tragar todo el día y dime si es tan fácil, y luego tengo que bailar con pinches viejas que no sé sus nombres, que ni conozco». La mejor es cuando le preguntas cómo debe llegar uno a su casa.
—“Bravo y briago” —respondieron al unísono y yo tuve una odiosa sensación de paramnesia que me hizo pensar en otra cosa.
—Y tú, mi muy estimado Gato ¿qué te pasó? —interrogó Baxter.
—Nada. Trataba de recordar un chiste.
Más bien pensaba en el gaping ass de una actricilla porno, aún no me aprendía su nombre, era tan elástico que las vergas se deslizaban en él como en una vagina; algún lubricante debía meterse en la preproducción; eso o lo que yo ya sospechaba: la morra era un prodigio; y follarla debía ser una maravilla. Al final del video aspiraba el cumshot como si fuera speed. La magia del porno.
Me bebí la mitad de mi bukowskiana, quité el video porno de la compu de Jack y puse el shonen de un vato que se enamora de una robot bien buena. Baxter se le quedó viendo un rato.
—Es como el video de esa canción de Daft Punk, ése que mete las voces al sinte y luego hace improvisaciones.
El vato le tocaba por accidente una chichi al robot y se apenaba, le salía sangre de la nariz. Ese humor japonés a veces era muy pendejo. Baxter seguía viendo la historia, muy atento, al rato dijo:
—¿Será posible enamorarse de un puto humanoide, una jaina bien chichona que haga todo lo que uno quiere?
—Pues sí, ¿O no?
Jack dijo que esas eran pendejadas.
—Pues este animé es así, una metáfora sobre las relaciones con las computadoras, al final a ella le instalan un software para amar, o algo así, y viven felices, como un Blade Runner rosa.
—Qué mamada.
—Yo digo que sí se puede. Es más, el mismo Black dice: «Si le puedo instalar el hardware de una vagina a mi compu, me caso con ella»; de ese tamaño.
—Bullshit. Esos vatos están tan metidos en la ficción que su vida comienza a ser ficticia. Creen que pueden hacer lo mismo que ven en la tele. Son como niños.
—Que no, Jack. Sí se puede. La línea que divide lo entrañable de lo enamorable se ha vuelto difusa. No tiene nada que ver que uno tenga la edad mental de una rata.
—No mames.
—A huevo; sólo en esta época.
No sé cuánto tiempo discutimos. La verdad es que yo únicamente tenía en la cabeza el viejo experimento de Kaede-Chan.
Cuando Baxter se aburrió, puso la peli de Fight Club.
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