Algunas personas no entienden que a veces no hacen falta explicaciones aparatosas como una esquizofrenia o un trastorno bipolar. A algunos les basta cierta agnosia para ostentar una psicopatología decente. Una simple teoría de la percepción capaz de explicar por qué nuestro cerebro se la pasa completando patrones y cerrando círculos.
Si respondo mal, si trueno la boca y le pongo ojos de muerte a cualquier pendejo, entonces mi cerebro, mi súper ego me defiende. Por dentro las frases no fueron monosilábicas. La voz sólo se levantó un poco, no lo suficiente para ser un grito. La expresión sólo fue impasible y no de rabia muda.
Algunas mujeres creen que bastaría una videograbación para delatar esos comportamientos y hacernos recapacitar, reorientar nuestras actitudes.
Yo no lo creo: al ver la evidencias nuestra mente haría lo que ya está acostumbrada: llenar los agujeros, convertir los manotazos en ademanes, en maneras, y ese escalofrío neurótico que nos recorre súbitamente en una simple ráfaga de viento.
¿Cuántos de mis actos habrán sido llanas idioteces registradas en mi memoria como hechos memorables?
De pronto me dan ganas de decirte: no fue así, yo no fui, ni siquiera lo planeé, decir que esos monumentos no cayeron por mi mano, es más, ni siquiera cayeron, siguen ahí:
Felipe Ángeles en su caballo.
Benito con su libro y Miguel sosteniendo su cono de helado.
El Hippie rezando el padrenuestro.
El Obelisco y la Torre del Reloj, la Bandera: todos en pie, sin mi concurso.
Por desgracia a veces tengo la sensación de ya no recordarlo, la sensación de haber escapado sin motivo de una ciudad intacta. No respondas, no me desmientas. Me gusta pensar que es como ahora lo recuerdo. Así puedo vivir el curso de mis días con la certeza de que la memoria, al cambiar, puede mejorarlo todo.

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