Habían elegido el día de muertos porque esa mañana habría muchísima gente participando en los eventos culturales.
Neko regresó a su casa y contempló, asustado, sus recipientes. Nitroglicerina, que belleza, y era casera.
En la plaza de la Torre del Reloj había un festival cultural. Aquel día se presentaría la amiga de Neko con su banda; había también una expo-Oaxaca y un concurso de altares.
Eran las once y media de la mañana. Focko llegó al estacionamiento subterráneo y colocó las bombas justo debajo del gran pilar que sostenía a la torre, luego subió al edificio del Bancomer junto a la plaza.
Hugo se llevó la Caribe y se fue al asta bandera del Cerro del Lobo.
Crog esperaba cerca del Cristo de piedra.
Los tres tenían unos espejos con los cuales harían señales, tras lo cual detonarían los explosivos.
Hugo corrió en la Caribe y, aún en la Plaza Independencia, casi atropella a un hombre que le pareció conocido. Ambos se miraron a los ojos por un momento y el hombre logró alejarse de un salto mientras Hugo derrapaba al frenar.
Hugo subió por el cerro. Dejó la Caribe estacionada y continuó subiendo a pie al asta bandera, donde unos niños drogados lo observaban inmóviles.
Esperó por algún tiempo. Dirigió los espejos hacia la plaza y luego hacia el Cristo. Focko y Crog hicieron lo mismo. Contaron hasta diez y apretaron sus dispositivos.
Siete monumentos cayeron al mismo tiempo entre nubes de polvo: la Torre del Reloj, Benito Juárez, el Cristo de piedra, el Obelisco Masón, el Monumento a Miguel Hidalgo y el pilar de Felipe Ángeles.
Al principio serían sólo seis. Hugo tuvo un desplante cabalístico: de último momento se las ingenió para incendiar la bandera.
Varias personas murieron esa mañana, mientras Hugo bebía una Coca-Cola y escuchaba a Joy Division.
Por la tarde me llamó por teléfono: «Mutsumi-chan, acompáñame al hospital», me dijo.
Llevamos a su hermano a urgencias:
Sebastián estaba en el festival cuando la Torre del Reloj cayó.

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