Mutsumi-chan sabía todo. Aquel pleito de dos horas por teléfono había sido un intento por disuadirme. Cuando decía «No me hagas daño» se refería a muchas cosas, no sólo a ella.
Focko había mencionado la tarjeta de joyero de su padre con la cual se podía comprar casi cualquier cosa; a ellos les vendían ácido nítrico para resquebrajar los lingotes de oro, también les vendían oxígeno para fundirlos, amoniaco, ácido carbónico, ácido sulfúrico. Focko ofreció incluso nitrato de sodio: «Por si quieren dinamita». Yo me sentía muy confundido. Esa noche no visité a Plug, me quedé en casa dándole vueltas al plan.
Por la mañana recibí en la casa a unos predicadores, eran de la misma religión de Plug, y luego de media hora de alegatos me dejaron unos folletos sobre el fin del mundo y la salvación. Los dejé sobre la mesa y me fui a la sala con el Sempai.
Veíamos televicio y compartíamos algo de gallo. El Sempai estaba muy arisco, me preguntó si era posible tener desdoblamientos anímicos; había presenciado en un sueño el asesinato de un amigo muerto hacía poco.
Sólo fue un sueño, le dije, el gallo lo tenía sugestionado; pero él duro y dale que sí. Lo dejé en la sala y me fui a la computadora a ver un vidio de Rebeca Linares en el cual, luego de batirse con aceite, hacía un facesitting en la jeta de algún suertudo mientras ordenaba: «Say my name». En un momento dado sonó el teléfono, contesté y el profesor Sebastián, con voz quebrada, preguntó por el Sempai.
—Sebastián —le grité—, te habla tu tocayo.
El Sempai salió de la casa y yo regresé a ver la televisión. Un pequeño caos religioso se había desatado en la ciudad. El Sempai no mentía, a su amigo lo habían matado en la basílica y unos cacagrandes del obispado estaban ladrando frente a los micrófonos.
Me sentí ofendido. El Proyecto Ikari había realizado tantas instalaciones y de la nada venía un psicópata neófito a una iglesia y todos se alborotaban. No se valía. Me dio tanto coraje: yo había fabricado una virgen, publicado un fanzine y pintado una V en Google Maps; yo había hecho una nueva Wikipedia, un catálogo on-line de zorras, y era uno de los seres más creativos de la ciudad; yo, yo, yo: no era nadie: un anónimo, un vándalo, un graffitero marcando territorio como perro.
El Sempai llegó de la calle aún más abatido, se encerró en su cuarto y permaneció ahí hasta el día siguiente, sólo salió cuando fue momento de asistir al velorio. Regresó hasta el lunes por la mañana.
—Se llevaron a Sebastián al polígrafo, creen que fue él…
Me alegré porque, cuando regresara, traería mi encargo.
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