Fue a la antigua.
Y sinestésico. Como aquel romance de Lorca.
Y que yo me la llevé al río…
Empezó en el Messenger con el tecleo de algunas frases porno.
Cuando ya la tenía doblada en el pantalón, llamé por teléfono.
Jadeamos.
No fue suficiente.
Regresé a mi cuarto, de nuevo al Messenger, y prendí la webcam.
Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos.
La vi a media luz, casi a oscuras, pixeleada.
Los bucles escarlatas de su cabello.
Su sexo.
Algunos cuadritos blancos me hacían imaginar el olor de lo que veía.
Un recuadro de 480 x 640.
Un par de frases:
Discúlpame.
Te extraño.
Y un horizonte de perros ladra muy lejos del río.
Menos bla bla, por favor. Mastúrbate.
También tú.
Mis padres siguen despiertos.
También los míos.
Muchos dedos y manos en la pantalla. Muchos movimientos entrecortados.
Por momentos tapaban lo importante.
Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos.
Más resplandores en la pantalla: húmedos, breves, empañados.
Necesito verte, esto no me llena.
Quedamos de encontrarnos en el motel tres días después.
Montado en potra de nácar, sin bridas y sin estribos.


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