Hola, Sempai. Nos vimos por última vez en un equinoccio, ¿Te acuerdas? Nos encontramos poco antes del atardecer, cerca del Tecnológico. Estabas hipnotizado frente al tlacuache muerto en el parabús. Si lo vemos objetivamente es una pena que hayas perdido a tu tutor, a tu chica, a tu oniichan, todo el mismo día; al menos pude entregarte a Kaede-chan para llevarla de vuelta a la casa. ¿Cómo están Otousan y Okaasan?, ¿cómo está la pequeña Kaede-chan?, lo sé, lo sé, ha transcurrido tiempo, no di explicaciones y resulta riesgoso contarte mi travesía desde este babel informático, lo sabes; debí eliminar todas mis cuentas, abrir nuevas, ¿Imaginaste en tu infancia que nuestra vía tradicional de correspondencia sería electrónica? Mis ideas más íntimas, mi vida entera se encuentra en algún servidor en Mountain View, California, o en Moncks Corner, Carolina del Sur, a disposición de todas las agencias de investigación, a mí me sigue resultando abstracto; por eso esta será la única vez que escriba directamente, el resto podremos resolverlo en la url:

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La memoria no está hecha de una secuencia sistemática sino de un pesado bulto de interpretaciones superpuestas en desorden de importancia, hasta conformar un panorama inteligible y de ninguna manera lógico; las palabras avanzan o retroceden, se combinan, entran en los terrenos indefinidos del ahora, el ayer o el no me acuerdo, se mezclan con sentimientos y discusiones, se callan, lo demás queda debajo, apenas tejido. Finalmente todo desemboca en la moral, en la-puta-moral… y en la catarsis. De otro modo no me quedaría frente a la computadora cuando podría tranquilamente secar mi cerebro con telenovelas y fútbol; porque con el paso del tiempo aquel deseo, escribir (o tener un hijo, o plantar un árbol), se vuelve una farsa, una certeza: la prosa y los versos son como el apéndice: mientras lo tienes dentro, punzando, te puede matar, pero nada más extraerlo resulta que no servía para nada. Mientras se es inmortal, uno se chuta a estructuralistas y postestructuralistas, revistas de arte moderno, ladrillos, realismo histérico, narrativas postmodernas, autores jóvenes, sumido en una especie de búsqueda (hazme favor) de esa frontera más allá del bien y del mal que creemos hallar en un resquicio del velo de Isis o del coño de nuestra madre dormida… y luego viene la culpa, la culpa y la moral… porque finalmente qué es una instalación sino una trasgresión, arte… eso hice antes de largarme, una instalación. Te lo digo ahora porque no quiero que después se malinterprete. El otro lado de la moneda es más complejo. No me conformé con vandalear unas calles o algunas vidas aisladas, no bastaron esas codestrucciones que hasta hoy alimentan insomnios y borracheras. No, yo tomé todo en esta pirinola metafísica para después tirarlo. Mutsumi-chan no me perdona. Está a mi lado pero no me perdona. Me dice «Ai shiteru» y yo, de alguna forma, tengo la capacidad de corresponderle… Tú siempre dijiste: «es difícil juntar los caminos paralelos»; y ella, con su horizonte despejado; y yo, con tanto a cuestas, con los fantasmas surgidos en mis sueños cada noche… Me doy asco, desde el principio sólo quise hervir hasta consumirme.
Arrebaté todo y lo tiré cuando no me satisfizo: cada nueva acción pretendía cubrir a la anterior; a la vez, aspiraba a descubrir posibilidades, ¿entiendes?, realidades ilimitadas; y, entonces, en el punto más oscuro, se aparecen: Orri cargando con toda su molicie; o Plug, con su mundo imperfecto, el cual creí idéntico al mío, y me propone acabar juntos con la farsa, huir lejos o colgarnos del mismo cable… Pero entonces me acobardo, regreso, y cumplo todas las promesas que dejé de lado, justo con Mutsumi-Chan; y entonces ella piensa en una existencia a medias, prestada, proyectada para otra carne. Y yo trato de convencerla, “nuestra vida no es una representación, día a día sanamos un poco”, aunque nunca lo suficiente.
Crog, Focko y el resto de nosotros sólo hicimos lo que podíamos, vomitamos sangre y chomua, atropellamos perros y mendigos en las noches nubladas, siempre buscando llenar ese hueco, sobrepasar algún umbral indeterminado en busca de otras sensaciones, mientras asistíamos los domingos a la iglesia.
Mi búsqueda intentaba medir todas las posibilidades de los Olimpos, sobrepasar o, al menos, alejarme de esa dicotomía entre lo hedónico y lo místico… Aquel año mi vida fue un peregrinaje en busca de una creatividad suprema, a la cual intenté llegar por la senda del arte… Creía que la propuesta del artista terminaba cuando lograba sistematizar su autodestrucción, entonces la convertía en el lecho donde pacer tranquilo, rumiando miserias; y entonces la locura, la melancolía vanidosa y “el reconocimiento” parecían alimento y recompensa lógicos; recompensas bajas, porque ni siquiera los animales viven sólo de comida y vanidad. El arte debía partir de lo que consumía de mí, de los demás, de tirarme a la basura y pepenarme. El resto: los optimistas, los trágicos, los melodramáticos, los absurdamente críticos o técnicos, no contaban, utilizaban metodología artística, pero no eran artistas.
Lo mío, en cambio, pretendía estar aún más allá de la autodestrucción, la fe o el placer… buscaba una experiencia vital; primero debía envolverse en autodestrucción, fe y placer para luego dirigirse hacía su verdadero objetivo: alcanzar por la vía de la creatividad los límites del intelecto, borrar la línea entre lo posible y lo probable, integrar un estilo de realidad similar a la poesía: fundir dos verdades, tres, cinco o millones de ellas en una sola… para ello debía perder el miedo ¿a qué? a todo, creo, a la culpa y a la satisfacción, a los monstruos engendrados en el interior, a los grilletes. Y por un año mi mente, mortal, limitada, sencilla, armada sólo con una ansia enfermiza de libertad, consciente de la nada tras cualquier final, fue creativa, fue poética, fue inmortal e ilimitada, y límpida, y fractal.
¿En qué momento ocurrió el lugar común, cuando mi búsqueda retrocedió hacia la vorágine hedonista, el prejuicio y la paranoia? En este momento ya no importa. Recurro a ti, Sempai, porque eres lo único que me queda. Pongo en tus manos cada correo electrónico, cada post, cada carta.
Aila.

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